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El árbol y el bosque

En estos tiempos de política-espectáculo, el ruido tiende a ahogar la sustancia. Es el rumor, no el hecho; es el fake, no la verdad, lo que alimenta el imparable rodillo mediático. Ahora bien, l...

En estos tiempos de política-espectáculo, el ruido tiende a ahogar la sustancia. Es el rumor, no el hecho; es el fake, no la verdad, lo que alimenta el imparable rodillo mediático. Ahora bien, la comunicación forma parte de la gobernanza, pero no es su esencia ni mucho menos su misión. En otras palabras: no confundamos el árbol con el bosque.

La verdad es que, en el juego de quienes disputan el poder, la confrontación siempre resulta más rentable que el balance. El enfrentamiento con el gobierno genera ese ruido continuo que intenta relegar los resultados objetivos de su gestión. Una vez más: para la oposición vale mucho más agitar y enfocarse en un solo árbol que detenerse a mirar el bosque. Su principal negocio es ahora la distracción y el ruido mediático.

Inflación controlada, crecimiento económico sostenido, superávit energético, expansión del crédito, reactivación industrial y reducción de la pobreza: para esta oposición son todas verdades inconvenientes, cuando no insoportables.

Creo, sin embargo, que hay otros logros del gobierno que resultan sencillamente incomprensibles para sus adversarios. Déficit cero: ¿cómo esperar que fuerzas políticas cuya marca de fábrica es la ruina financiera comprendan los méritos del equilibrio presupuestario? Redefinición del Estado: ¿cómo esperar que profesionales de la clientela política simpaticen con la reducción y la transparencia en el ejercicio del poder público?

En efecto, para la oposición la agenda de valores del gobierno suena como un idioma extranjero: ajeno, difícil de comprender. Su principal herramienta política es el miedo. Es la bandera que más disfrutan agitar: miedo a hacer las cosas de otro modo, miedo a aspirar a algo mejor, miedo a arriesgar, miedo a fracasar. Por eso son incompatibles con un gobierno cuya divisa es otra: la esperanza. La esperanza de normalizar la Argentina, de hacerla finalmente cumplir con todo su potencial; la esperanza de mejores empleos y mejores salarios, sin un Estado omnipresente y castrador de la vida económica y social.

Algunos dirán que “normal” es un adjetivo subjetivo. Pero cuando hablamos de países democráticos, no lo es. Normal significa que el Estado no gasta más de lo que recauda, para no endeudarse ni hipotecar el futuro de las próximas generaciones. Normal significa vivir en una economía de mercado, sin regímenes de excepción ni privilegios diseñados para favorecer a unos sobre otros. Normal significa defender nuestros valores en el concierto internacional, junto a quienes comparten nuestra visión para el ser humano. Normal es también reconocer errores propios y mala praxis política al dejar de lado a los potenciales aliados ya sean gobernadores, senadores o diputados e ir en su búsqueda para salvaguardar el esfuerzo de los argentinos.

Está claro que el gobierno no desea esta distancia ni esta incompatibilidad con la oposición. La normalidad democrática también implica tener una oposición que piense distinto, pero que negocie de buena fe, sin dinamitar el proceso político. Para el país, una oposición atrincherada en sus dogmas estatistas es un obstáculo nocivo. Pero para el elector, al menos, hay un beneficio: la claridad. Hoy existen dos proyectos muy definidos para la Argentina. El momento de votar es, también, el momento de elegir entre ellos.

Politólogo, Sec. de Relaciones Parlamentarias e Institucionales, Jefatura de Gabinete de la Nación

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-arbol-y-el-bosque-nid23102025/

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