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En defensa de la noche artificial

“¡Luz, más luz!”, pidió Goethe en su lecho de muerte y aunque las últimas palabras más famosas de la historia se interpretaron como un llamado desesperado a la inteligencia iluminadora,...

“¡Luz, más luz!”, pidió Goethe en su lecho de muerte y aunque las últimas palabras más famosas de la historia se interpretaron como un llamado desesperado a la inteligencia iluminadora, tal vez el poeta sólo quería que le arrimen una vela. Si en nuestro mundo la luz se relaciona con la ciencia y el progreso, y la oscuridad con la barbarie y la ignorancia, se nos fuerza a vivir en un día perpetuo de luces blancas y pantallas azules. Por eso, la publicación de Breve historia de la oscuridad, el nuevo ensayo del cinéfilo español Vicente Monroy, es reveladora: propone una defensa de las salas de cine en la era del streaming y consagra la noche artificial como un espacio de libertad.

Antes, los espectadores buscaban recrear en sus casas la liturgia del cine con oscuridad, pantalla grande y sonido envolvente pero ahora llevan sus casas al cine: comen, hablan y usan los teléfonos durante la proyección

Reflectores de los shows políticos, estudios de televisión, estadios de fútbol… Y también “la luz insidiosa y omnipresente de la publicidad y las redes sociales que borra los contrastes de nuestras vidas” o “la irradiación verborreica y superficial del discurso público, la autoayuda, las fake news, los youtubers y la interminable noria de la actualidad”, como enumera Monroy, todo lo que hoy encandila a los espectadores. Los cinéfilos vemos cómo se repliegan las salas oscuras (mi barrio, Villa Urquiza, llegó a tener siete) y las que sobreviven son invadidas por los hábitos domésticos. Antes, los espectadores buscaban recrear en sus casas la liturgia del cine con oscuridad, pantalla grande y sonido envolvente pero ahora llevan sus casas al cine: comen, hablan y usan los teléfonos durante la proyección. Son luciérnagas pixeladas.

El erotismo de la oscuridad animó a los surrealistas a consagrar el cine, igual que el ocultismo o las teorías de Freud, en el podio de sus cultos oníricos

“En este mundo excesivamente iluminado, escasean los rincones en penumbra que, en otra época, fueron el escenario de las prácticas contraculturales”, escribe Monroy y su Breve historia de la oscuridad reivindica (“sin nostalgia ni resignación”) el valor iluminador de lo oscuro. Además de la risa y el llanto que los muy pudorosos liberan en la intimidad protegida de una sala de cine, la negrura encubre otros impulsos: hace unos años, algunos cines tenían butacas dobles en las filas del fondo llamadas “butacas del amor”. El erotismo de la oscuridad animó a los surrealistas a consagrar el cine, igual que el ocultismo o las teorías de Freud, en el podio de sus cultos oníricos. Y el psicoanálisis comparó el espacio oscuro de la sala con el útero materno, lo que provoca una regresión a un estado primitivo de la conciencia (no hay nada más onírico que el cine: los sueños parecen estar hechos en fílmico). El visionado actual, espasmódico y fragmentado o directamente portátil cuando uno mira una película en su teléfono mientras viaja en subte, impide la inmersión: encandilados de realidad, ni siquiera podemos imaginar otros mundos.

Es la gran tensión de esta época. Las salas de cine se crearon como espacios de desconexión pero las pantallitas estimulan la hiperconexión de una generación ansiosa por estar siempre disponible y actualizada. Hace unas décadas, el cineasta Chris Marker se había preguntado si Vértigo es la misma película cuando la vemos en una pantalla de cine o en una de televisión (alerta de spoiler: no). Es imposible que podamos hundirnos en una historia de amor obsesivo con la bahía de San Francisco reducida a cuatro pulgadas retroiluminadas: como dijo el filósofo Xavier Rubert de Ventós, “donde hay más luz de la necesaria, todo son tinieblas”.

ABCA.

Las antiguas salas de teatro no eran oscuras: tenían ventanas, candelabros y lámparas o directamente estaban al aire libre, sin techo ni cubiertas.

B.

En 1876, el Festspielhaus de Bayreuth fue el primer teatro a oscuras, construido a pedido de Richard Wagner para representar sus propias obras.

C.

El ensayo Breve historia de la oscuridad, de Vicente Monroy, documenta la retirada de las salas de cine y defiende “lo oscuro” en la era de la luz artificial.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/conversaciones-de-domingo/en-defensa-de-la-noche-artificial-nid17082025/

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