Fjaka: el arte croata de no hacer nada (y por qué deberíamos aprenderlo)
Con solo pensar en cómo los días se pasan repletos de muchísimas cosas por hacer y una lista de pendientes que nunca se termina, queda bastante claro que vivimos una época donde producir, ocupa...
Con solo pensar en cómo los días se pasan repletos de muchísimas cosas por hacer y una lista de pendientes que nunca se termina, queda bastante claro que vivimos una época donde producir, ocupar cada minuto y rendir al máximo no solo es lo esperado, sino lo premiado. El tiempo libre se llena de pendientes, el ocio se culpa y descansar para muchos, se vive como pérdida de tiempo y oportunidad. Es en ese ritmo que justamente se hace muy delgada la línea entre el cansancio físico y el agotamiento mental.
La hiperconectividad, los trabajos sin horario y la cultura del “emprender o perecer” nos empujan a estar disponibles todo el día, incluso en los momentos de descanso. Pero las consecuencias ya se ven con mucha claridad: una sociedad en la que es muy común vivir con ansiedad, insomnio, falta de concentración, cuadros depresivos, desconexión corporal.
En ese contexto, resulta refrescante (y hasta provocador) que desde una pequeña región costera de Croacia emerja un concepto que propone exactamente lo contrario: dejarse estar, soltar el control y entregarse, sin culpa, al arte de no hacer nada.
El significado detrás del concepto de fjakaFjaka (que se pronuncia “fíaca”, como nuestra palabra en lunfardo) es una expresión típica de la región dálmata, en la costa del mar Adriático. Aunque en Croacia la describen como “un estado sublime en el que uno desea nada”, no debe confundirse con la vagancia. Más bien, se trata de un modo de habitar el tiempo con calma, de dejarse estar, sin exigencias ni objetivos. Algunas teorías etimológicas sugieren que el término podría derivar del español “flaca”, no en su sentido literal de delgadez, sino en su uso figurado, vinculado al desgano o la modorra, muy similar al que le damos a la “fiaca” en el español rioplatense.
En Dubrovnik o Split, fjaka no es un problema: es un privilegio. Un estado que no se busca ni se fuerza, sino que aparece solo, especialmente en los meses de calor. Se podría traducir como una forma culturalmente aceptada (y celebrada) de bajar un cambio. Sentarse en la sombra, mirar el mar, no planear nada. Solo ser.
Los beneficios de “no hacer nada”Aunque suene contradictorio, detenerse y no hacer nada —de forma consciente y sin culpa— puede ser una de las estrategias más eficaces para cuidar la salud mental. La ciencia lo respalda: el descanso verdadero no solo ayuda a reducir el estrés, sino que también mejora la función cognitiva, la creatividad y la estabilidad emocional.
Un estudio publicado en Frontiers in Psychology (2018) demostró que la mente en reposo, sin estímulos externos, tiende a entrar en lo que se conoce como modo por defecto o default mode network, un estado cerebral que facilita la introspección, la conexión emocional y la consolidación de la memoria. Es decir: el “no hacer” también es hacer, pero a otro nivel.
Por otro lado, investigaciones realizadas por la Universidad de Melbourne concluyeron que tomar microdescansos durante el día aumenta la productividad a largo plazo y disminuye significativamente los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Incluso pausas breves de cinco minutos —mirar por la ventana, respirar profundo, no mirar pantallas— tienen impacto positivo en la autorregulación emocional.
También desde el ámbito clínico se reconoce el valor de la inactividad consciente. La psicóloga y autora británica Claudia Hammond, especializada en neurociencia del tiempo, sostiene que incorporar momentos de descanso real ayuda a prevenir el agotamiento crónico y mejorar el bienestar general. No es casual que prácticas como el doing nothing o la niksen (su par neerlandés) se hayan vuelto temas de estudio en los últimos años.
En ese marco, la fjaka puede leerse como una herramienta cultural que ya anticipaba lo que hoy muchos especialistas promueven desde la salud mental: parar no es perder el tiempo, sino recuperarlo. Darle espacio a la mente para descansar también es un acto de cuidado. Y, sobre todo, de resistencia frente a un sistema que premia el cansancio como si fuera una medalla.