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Lo que la peste nos dejó: las huellas de una epidemia porteña y la fuerza de lo colectivo

Autor: creación colectiva de Los Pompapetriyasos. Dirección: Agustina Ruíz Barrea. Intérpretes: grupo Los Pompapetriyasos. Vestuario: María Inés López, Paola Tazzioli. Escenografía: Paola T...

Autor: creación colectiva de Los Pompapetriyasos. Dirección: Agustina Ruíz Barrea. Intérpretes: grupo Los Pompapetriyasos. Vestuario: María Inés López, Paola Tazzioli. Escenografía: Paola Tazzioli. Iluminación: Alejo De Falco. Música: Esteban Ruiz Barrea. Sala: Sala de Los Pompapetriyasos (Brasil 2640). Funciones: Sábados 21 h. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

¿Cuándo empieza una obra de teatro? ¿Cuándo el artista se presenta frente al público? ¿Cuándo la iluminación muestra el espacio? ¿Cuándo nos sentamos en las butacas? En el teatro comunitario suele comenzar mucho antes. En una antigua casona de Parque Patricios hay una idea de comunidad que se percibe ni bien se cruza un patio colorido y atravesado por guirnaldas de luces. En un momento, un hombre con una cabeza de animal se apoya en una baranda y empieza a mirar su celular; mujeres con narices de payasos se mezclan entre el público y peinan, maquillan y conversan con la gente; otro se presenta como el director y pide una consigna, que recordemos una frase. Listo: la ficción, o tal vez el juego, comenzó y todavía no se ingresó a la sala.

Con muy poco, la sensación de ser parte de algo, de prestarse a una consigna ya está instalada entre los espectadores que participan de Lo que la peste nos dejó, una creación colectiva del grupo de teatro comunitario de Parque Patricios, Los Pompapetriyasos.

La historia recrea un set de filmación y todos los espectadores se convierten en los extras que deben estar atentos a contribuir con acciones y palabras durante el rodaje de un documental ficcional sobre las huellas que la peste de fiebre amarilla de 1871 dejó en Buenos Aires, especialmente en el sur de la Ciudad.

Ese punto inicial, las diferencias entre el norte y el sur, será un hilo conductor para contar la historia del barrio: su origen como matadero a fines del siglo XIX, su conversión en el “barrio de la quema” a principio del 1900 (ya que ahí se depositaba y se quemaba a cielo abierto toda la basura) y hasta su conversión en un distrito tecnológico, sin dejar de mencionar al club Huracán y otros referentes culturales y deportivos de la zona.

Vida y progreso

La idea de resiliencia, de construir incluso desde la basura, es algo que se sostiene en esta obra y que tiene escenas conmovedoras, como cuando se arma en minutos un conventillo y enseguida aparecen esos inmigrantes que después de haberlo perdido todo, de enterrar a sus familias por el asesino inesperado que fue la peste, insisten con la vida y con cierta idea de progreso. No sueltan nunca la fuerza de una comunidad: juntarse en el patio, compartir una novela a la tarde, ayudarse a pasar los baldes, a levantar paredes y así la vida vuelve a comenzar.

Cerca de 50 actores y vecinos en escena arman y desarman los espacios en un auténtico ejemplo de trabajo mancomunado. De imágenes realistas a momentos más abstractos, que se construyen con telas, plásticos y una ajustada iluminación, se suma a la presencia de títeres, danza, murga y un coro realmente sincronizado y afinado que interpreta junto con una fantástica banda en vivo, con composiciones sensibles, otras más carnavalescas, siempre muy atenta a lo que sucede en el escenario.

La idea de lo coral también es otro punto fundamental de esta propuesta dirigida por Agustina Ruíz Barrea. Si bien el director de la película junto con su asistente pueden ser quienes llevan la acción dramática del espectáculo, la sensación de que el pueblo irrumpe (ya sean los actores o los personajes) a ocupar el espacio, mirar a público, bailar y generar nuevas situaciones, hace que todo el colectivo sea el gran protagonista de la historia.

La comunidad de Los Pompapetriyasos realiza un trabajo sostenido desde hace 22 años para fomentar la participación vecinal, crear redes y revalorizar la idea de comunidad y los espacios públicos. Que sea una tarea comunitaria y vecinal no excluye el nivel de profesionalismo que se observa en escena, en los detalles del vestuario y la escenografía, la calidad de los músicos y lo ajustado del trabajo escénico, como un gran actor, que es toda la comunidad de artistas, que saben dónde poner el ojo, qué gesto enfatizar, cómo volverse poéticos en aquella masa escénica que representan.

La trama insiste con un fantasma que trasmuta con los años en Parque Patricios, pero la sensación que deja este teatro es que los fantasmas se hacen realmente insignificantes si se comparte ese miedo con un vecino y se lo convierte en otra cosa, algo que esté al servicio de una tarea en común.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/teatro/lo-que-la-peste-nos-dejo-las-huellas-de-una-epidemia-portena-y-la-fuerza-de-lo-colectivo-nid23092025/

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