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Manuscrito: un llamado al público argentino

Muchas cosas me indignan. El ...

Muchas cosas me indignan. El maltrato contra personas y animales. La corrupción. El mito de que la radicheta tiene buen sabor. Y la gente que se pasa todo un recital con el teléfono en la mano.

Quiero ser claro: no hablo de los que sacan el celular para registrar una postal con amigos o un clip potencialmente viral. No. Me refiero a los que graban todo: desde el momento en que se apagan las luces y el músico sale a escena hasta su emotiva despedida. Esos que eligen mirar un show en una pantalla de seis pulgadas, a pocos metros de la banda. Los que bloquean la visión de los otros con su smartphone. Justo a mí, que corro con la desgracia de ser petiso en un deporte –los espectáculos en vivo– en el que siempre ganan los altos.

Trabajo con redes sociales y entiendo muy bien el impulso de dar testimonio en stories o posteos de una experiencia vivida. Pero todo tiene un límite: ¿por qué pagar una pequeña fortuna para ir a un concierto en el que vas a pasar dos horas con los brazos alzados como ramas artríticas para grabar un video que no va a mirar nadie? ¿Para decir “yo estuve ahí”? ¿Para darle envidia a un tipo que te cae mal y no consiguió entrada? Ojo, son todas buenas razones, pero con una foto alcanza.

Recuerdo un recital que Björk dio en 2007 en el Gran Rex, cuando la obsesión del público pasaba por las cámaras digitales. En ese entonces se usaban para hacer videos que luego se subían a Facebook, que recién comenzaba a ganar popularidad en el país. Shockeada por la cantidad de pantallas encendidas, la islandesa detuvo el show. “Los necesito acá conmigo”, dijo en ese inglés medio tierno tan suyo. Muchos guardaron sus dispositivos, pero una persona de la primera fila persistió y ella –ya no tan tierna– le dio una cachetada a su cámara. Fue en vano: ese mismo año, Steve Jobs presentó el nuevo producto insignia de Apple, el primer iPhone. Todo estaba por cambiar.

Cada vez son más los artistas que se oponen a esta nueva realidad. En el cierre de su gira estadounidense con los Bad Seeds, un Nick Cave exasperado le sacó el celular a un hombre que ignoró su pedido de conectar con la experiencia en vivo. Otros, como Tool y Madonna, llegaron al extremo de obligar a sus fans a guardar sus dispositivos en bolsas selladas antes de los shows. Incluso Fito Páez se queja de estas tecnologías, a las que acusa de haber “domesticado a la juventud”.

Vuelvo a recordar las palabras de Björk. Ese “estar ahí” junto al intérprete, ¿no debería ser una parte fundamental de la experiencia artística? ¿Qué pasa si, además de los recitales, inundamos de celulares las obras de teatro, las muestras de arte o las funciones de cine? Antes de que me lo digan, sí, ya sé: estas cosas también están pasando. Hasta en la fila 1 del Colón, hace pocos días un par de brazos resistieron el calambre con tal de llevarse un “souvenir” audiovisual de Marianela Núñez.

Justamente el público argentino tiene fama de ser “el mejor del mundo” por esa comunión perfecta entre artista y audiencia. De los Rolling Stones a Megadeth, de Pet Shop Boys a Taylor Swift, abundan las alabanzas de grandes estrellas al entusiasmo nacional. Pero ahora nuestro público corre el riesgo de parecerse a esas audiencias del hemisferio norte: poco más que un ejército de maniquíes alelados por la luz azul, grabando el mismo video una y otra vez para el deleite de nadie.

En las próximas semanas habrá en la Argentina una avalancha de recitales. Cazzu, Oasis, Andrea Bocelli, Duki, Dua Lipa y Massive Attack, entre otros, se presentarán en escenarios porteños. A vos, persona que graba todo por alguna razón: ¿te animás a soltar un poco los dispositivos para conectar más con la música? ¿O preferís ir con la batería bien cargada y la vaga esperanza de que tus brazos no se desintegren en un arrebato de fatiga? Es tu decisión, no te juzgo. Solo correme el telefonito, porfa, que me tapás el escenario.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/manuscrito-un-llamado-al-publico-argentino-nid22102025/

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