Otra vez en una encrucijada
La grieta lo hizo. Otra vez el país está ante una encrucijada. En una rutinaria elección de medio término para renovar parcialmente el Congreso Nacional inopinadamente nos enfrentamos a dilema ...
La grieta lo hizo. Otra vez el país está ante una encrucijada. En una rutinaria elección de medio término para renovar parcialmente el Congreso Nacional inopinadamente nos enfrentamos a dilema crucial. Es una anomalía. No debería ser un comicio decisivo ni peligroso. Empero, lo es. Propio de nuestras anormalidades. Lo cierto es que o profundizamos las transformaciones estructurales indispensables para progresar o volvemos a las pasadas andadas y consecuentemente persistirá el angustioso declive nacional que conlleva un penosísimo empobrecimiento general. Que no sólo es material. Su gravedad es tal que está degradando la propia convivencia y ha subvertido el cimiento intangible de nuestra colectividad con una amenaza palpable de desmoronamiento de los valores morales y culturales.
Nuestra desunión es congénita y también coetánea a los designios de unirnos. Como tempranamente nos volcamos con fruición a pelearnos entre nosotros surgió la necesidad -casi una imploración- de la unión nacional. Por eso el programa del país -el Preámbulo- ubica a esa unión en primerísimo lugar entre los seis grandes objetivos que nos propusimos al constituirnos definitivamente.
Que es añeja la división no hay dudas. Vivimos - sobrevivimos- pugnando sangrientamente durante medio siglo desde 1810, más aplicados al “enemigo” interno que al foráneo. Para colmo, nuestra predilección por oponernos es proverbial. Es una predilección. Ya lo decía Ezequiel Martínez Estrada que acá “todos somos opositores”. Es oportuno traer a colación esa leyenda coloquial del paisano que entra a una reunión y cual saludo expresa que “no sé de qué se trata, pero me opongo”. Más aún, fundado en legítimas y abundantes razones, la Argentina tuvo un muy relevante movimiento político que enarboló como bandera la intransigencia y paralelamente denostó al acuerdo tachándolo de contubernio. No arreglar era más popular, tenía más adictos que concordar. Se extremó tanto la antipatía respecto de la concordancia que prácticamente en los últimos cien años no fuimos capaces de firmar - de verdad, con sinceridad y decisión- doce grandes líneas estratégicas para que la marcha de la Argentina tenga un brújula compartida, sin perjuicio de las corrección y lógicas mutaciones que en su devenir debe experimentar cualquier derrotero. Leves cambios, no giros copernicanos.
Es intolerable, inadmisible que periódicamente nos dediquemos a rotar radicalmente el rumbo. En rigor, los ciclos de mudanzas cada vez se ciñen más en el tiempo. Antes era una década de ida y otra de vuelta. Ahora pareciera que nuestra tolerancia se ha estrechado a cuatro años. Un breve lapso de intentos reformistas al que le sucede otro de retrotracción. Yendo y viniendo, continuamos en el mismo lugar, estancados, vale decir declinando. Quien se queda en la marcha en realidad retrocede relativamente a los otros.
Otra peculiaridad -por cierto nefanda- es que ante una posible solución nuestra tendencia -que surge irrefrenable del ADN nacional- es contrastarle no uno sino dos o tres problemas. Nos atrae paralizar a quien porta una posible solución, quizás para mostrarle que en vez de colaborar somos más talentosos hurgando en los defectos de la propuesta. Por otro lado, más de dos siglos después de haber emergido como nación independiente nos empecinamos en trabarnos con una falaz disyuntiva: más o menos Estado. Estado presente o Estado ausente ¿Es tan complejo adoptar un camino racional como el de todo el Estado necesario, con buen funcionamiento y huir del Estado mastodonte, costoso, despilfarrador, corrupto por su propia índole?
Asimismo, nuestro historial nos autosentencia a vivir quejosos y sobre todo desconfiados. Nada se puede construir sólidamente sobre la desconfianza. La falta de fiabilidad lo abarca todo, desde la moneda nacional hasta la Justicia. No se salva nada ni nadie. Existen un par de medicamentos para esta patología: una fuerte dosis de ejemplaridad proveniente del estamento dirigencial y una enérgica decisión colectiva de encarar una reforma integral del país.
No podemos aceptar que el 26 de octubre se erija en una acechanza o peor en otra trampa que nos siga desbaratando como país. Si la grieta - porque carece de argumentos y de propuestas plausibles- nos ofrece todo o nada y nos conduce a optar por uno u otro, ambos plagados de adolescencias, debemos valientemente decirles no a los dos. Más allá que uno de los polos es más ominoso que el alternativo porque literalmente al plantear ir para atrás nos conduce a la inexorable destrucción de lo que nos queda de esperanza.
Existe una opción que garantiza que las reformas tributaria, laboral, previsional y por encima de todo, moral, cultural y educativa no detendrán su marcha. Por el contrario, se harán realidad con más nitidez y hasta celeridad. No es menester ser obsecuente para ser transformador. Más bien, todo indica que con la genuflexión, la improvisación y hasta la irreflexión se están comprometiendo las reformas votadas por el 56% del país en noviembre de 2023. Sin omitir algo fundamental: con una flojísima institucionalidad y con creciente suspicacia acerca de si existe genuina vocación de erradicar la devastadora corrupción. Esto último está lejos de ser un factor menor. Es de absoluta mayor cuantía, en consonancia con los enormes recursos que nos detrae. Y el grado de corrosión que sufre nuestra ilusión.
El 26 de octubre la encrucijada la podemos resolver tomando el camino principal de los cambios, pero distinguiendo cuál es la ruta que los asegura y garantiza.
Exdiputado nacional. Secretario General del partido UNIR, alianza Potencia.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/otra-vez-en-una-encrucijada-nid23102025/