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Robo en el museo: ¿Podría ocurrir en la Argentina un golpe tan espectacular como el del Louvre?

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¿Podría ocurrir en la Argentina un robo tan espectacular como el del Louvre? “Eso pasa por la cabeza de cualquier director de museo en todo el mundo en este momento. No participar en notas como ésta es parte de una decisión de seguridad, por no tentar al diablo”, se excusa la máxima autoridad de una importante institución local. Las colecciones nacionales están monitoreadas por circuito cerrado apenas en un puñado de casos, por lo que, en primer lugar, no sería necesario un golpe comando tan sofisticado.

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“No hay que explicar el sistema de seguridad, porque avivás a los delincuentes”, dice en estricto off the record, con sigilo, otro director. “Por razones de seguridad no damos información sobre el sistema de protección de las obras que pertenecen a la colección del museo, a la Colección Costantini o las que vienen en préstamo para las distintas exposiciones”, afirma Valeria Intrieri, de Malba.

El robo más grande sufrido por un museo en la Argentina fue el gran golpe al Museo Nacional de Bellas Artes en la Navidad de 1980. Al igual que el caso francés, los ladrones ingresaron por la ventana. “Entraron por el segundo piso, que estaba en obra”, detalla Imanol Subiela Salvo, autor del libro Golpe al museo (Planeta, 2024), que narra esa historia. En la madrugada del 26 de diciembre, un grupo de ladrones vació la sala donde estaba la colección Mercedes Santamarina: se llevaron 16 pinturas de impresionistas franceses, en su mayoría del siglo XIX, y varias piezas de arte decorativo: Retrato de mujer, Gabrielle et Coco y Coco dibujando, de Auguste Renoir; El abanico, un dibujo a lápiz de Henri Matisse; Recodo de un camino y Cinco duraznos sobre un plato, de Paul Cézanne; El llamado, grafito sobre papel de Paul Gauguin; Ruta por la nieve al puerto de Chateau, de Charles Lebourg; Feydeau y su hijo Jorge, de Honoré Daumier; dos dibujos de Edgard Degas; dos desnudos en acuarela de Auguste Rodin, y un óleo de Eugene Boudin. Ajenas a la colección Santamarina, retiraron también Fiebre amarilla, un estudio preliminar del gran cuadro de Juan Manuel Blanes, y El vendedor de diarios, de Valentín Thibon de Libian. Solo tres obras fueron recuperadas en 2005, de Cézanne, Gauguin y Renoir.

“Esto ya no podría volver a pasar en el Bellas Artes. Sería imposible”, asegura Andrés Duprat, su director. “En aquel momento había dos vigiladores en el museo por la noche, muy fácil de reducirlas. Ahora hay 42 personas de seguridad durante el día, en promedio uno por sala. Por la noche hay once vigilantes. También hay rondines, que dan la vuelta al perímetro del museo y no pueden entrar, porque el ingreso sería un momento de vulnerabilidad. El cuidado del patrimonio es la responsabilidad máxima del director de cualquier museo. La mayor parte del presupuesto anual del museo se destina a la seguridad, más que salarios, servicios o exposiciones. Nada se abre sin un protocolo de llaves y hay más de cien cámaras, con un centro de monitoreo donde se ven todas las pantallas. Hay alarmas y un bombero las 24 horas”, detalla Duprat. “De todas formas, lo más eficaz siguen siendo las personas. Si te acercás a una obra o tenés mal puesto el bolso, enseguida te lo indican”, explica. También tomaron medidas para prevenir los ataques vandálicos a cuadros, con vidrios antirreflejo en algunas obras. Por suerte, están sin estrenar.

Todavía está abierto el caso del Museo Nacional de Arte Decorativo, que en enero de 2022 sufrió un robo hormiga: una a una y sin que nadie lo notara, robaron veinte obras de arte, entre jarrones de porcelana austríacos del siglo XIX, seis objetos de vidrio y cristal de distintas manufacturas suecas del siglo XX, la pintura al óleo San José con El Niño, un anónimo de la Escuela de Murillo, de España, y el óleo Retrato de Infanta, entre otras piezas que no aparecieron aún. Fue a partir de este caso que el Decorativo se convirtió en el segundo museo del país con monitoreo por cámaras de circuito cerrado, junto con el Museo Nacional de Bellas Artes.

El director de entonces fue apartado durante la investigación, el museo fue intervenido y después hubo una directora interina. Muchas cosas cambiaron: “Se instalaron las cámaras, y desde hace un año y medio tenemos alarmas de intrusión nuevas, para la noche. Contamos con 17 guardianes de sala y, además, un policía federal y un bombero las 24 horas”, detalla Hugo Pontoriero, actual director y curador en el museo desde hace más de veinte años. Hormigas puede ser, pero nadie puede entrar por la ventana en el Palacio Errázuriz. “Todas las ventanas del museo tienen celosías de hierro que a la noche se traban con una especie de trampa. La Sala Apolo del Louvre tiene una reja para entrar desde adentro del museo, pero de la calle la separa solamente una ventana de vidrio, lo cual es rarísimo. También leí en una publicación francesa que antes tenían vitrinas que se convertían en cajas fuertes, y en los 2000 las cambiaron por las actuales, más frágiles”, detalla.

Adriana Rosenberg, directora de Fundación Proa, coincide con esas observaciones. “El tema fundamental es cómo construís las vitrinas para que no sean vulnerables. También, hay que estudiar la arquitectura y ver dónde ponés lo más valioso. Por ejemplo, en Proa, si ubicás una obra en la Sala 4, generás un problema enorme para salir. En Francia hay mucha burocracia: la policía no puede entrar al museo y los guardias no están capacitados para reducir al ladrón, además de que el centro de control de cámaras está muy lejos de donde ocurrió el hecho”. Proa tuvo exhibiciones muy valiosas: “En 1999 tuvimos quince Frida Kahlo, que entonces no valían lo que valen hoy. Tuvimos sesenta Lucio Fontana, y entonces todo el patrimonio se valuaba en 15 millones. La muestra de Malevich, en cambio, se valuó en 600 millones de dólares en 2016. Estuvo muy reforzada la seguridad”. Cierre electrónico por las noches, alarmas, cámaras, sirenas. Nada está de más.

A falta de reyes y emperatrices, en la Argentina el blanco de los amigos de lo ajeno son las reliquias de héroes patrios. El sable corvo de San Martín se guarda en el Museo Histórico Nacional (MHN) en una caja de cristal blindado y lo custodia un granadero. Ya fue robado una vez, el 12 de agosto de 1963, cuando cinco miembros de la Juventud Peronista pensaron que sería un buen regalo para su líder. Entraron al museo cuando estaba cerrado y redujeron al ordenanza. “Fuimos corriendo hasta la vitrina que protegía el sable y rompimos el vidrio. Tomamos el sable y lo envolvimos en un poncho. No hubo violencia, salvo la rotura del vidrio. Y en el lugar del sable dejamos un comunicado. El hecho en sí fue fácil”, contaba a LA NACION Osvaldo Agosto, uno de los protagonistas, cuando se cumplieron sesenta años del hecho. Unos veinte días después, el arma, envuelta en una bandera nacional, fue devuelta al Regimiento de Granaderos a Caballo por un excapitán que se salvó así de un fusilamiento seguro.

Menos suerte hubo para esclarecer el caso del reloj de Manuel Belgrano. Fue robado en 2007 también del MHN y no volvió a aparecer. El golpe fue dado por una familia, los Baldo, que robaron al menos seis museos entre 2007 y 2008. El operativo más osado fue el del Museo de la Casa de Gobierno, a metros del despacho del presidente en ese entonces, Néstor Kirchner. Se llevaron dos relojes de oro, uno chalequero y el otro pulsera, y una lapicera de pluma laminada en oro, que habían pertenecido a tres presidentes argentinos: Nicolás Avellaneda, Agustín Pedro Justo y Roberto Marcelino Ortiz. Su mayor botín fue el del Museo Histórico y Numismático del Banco Nación, de donde se llevaron una colección de 144 monedas de oro, y escaparon por una ventana. Ese ambicioso golpe llevó a que fueran apresados y en 2011 fueron condenados.

“Cámaras y seguridad tenemos. Sin embargo, los robos se dieron igual. Todavía buscamos el reloj de Belgrano, sin buenos resultados. Pero recuperamos las monedas. Todos los museos tienen cámaras, matafuegos y seguridad. Se fueron instalando y en algunos casos se cambiaron por deficiencias. Los amigos de los museos cooperan mucho en estos embudos de contrataciones y urgencias", dice Liliana Barela, Secretaria de Patrimonio Cultural.

Más escurridiza es la banda de la Pantera Rosa, a la que se le atribuyen robos en más de 30 países, incluyendo el de joyas en la tienda Graff en Londres en 2003 y otro de obras de arte en un museo de Suiza en 2008. Originarios de los Balcanes, tienen experiencia militar. “No creo que hayan sido ellos. Los ladrones del Louvre dejaron un guante con huellas digitales en la escena del crimen”, analiza Claribel Terre Morell, autora del libro Traidores del arte. “En Argentina, el único edificio que fue hecho especialmente como museo es el Malba. Los demás son casas que fueron habilitadas para estos fines, pero no tienen características de seguridad especiales. Los cuidadores de museos tampoco están bien capacitados. En la mayoría de los casos de robo, alguien de la institución pasa información”, indica la especialista.

Sobre el Louvre hay mil hipótesis. “Yo creo que son profesionales del delito, no necesariamente en robo a museos. Se ve que lo prepararon con anticipación e hicieron inteligencia, pero no evaluaron bien qué hacer con el botín, porque venderlo en una pieza no van a poder, solo podrán colocarlo desarmándolo y el valor que van a percibir será mucho menor”, analiza el comisario retirado Marcelo El Haibe, que por años dirigió la división de Arte de Interpol y ahora es secretario de posgrados del Instituto Universitario de Seguridad Marítima, además de autor de libros y conferencista sobre crímenes en el arte. La investigación recién comienza pero, mientras tanto, los museos están en alerta.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/cultura/robo-en-el-museo-podria-ocurrir-en-la-argentina-un-golpe-tan-espectacular-como-el-del-louvre-nid23102025/

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