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Talleres de lectura: algunos consejos para evitar fiascos

Como todas las decisiones que se toman en la vida, elegir un libro para leer supone dejar de lado muchos otros, en pos de dedicarse a aquel que por diversas razones ha salido favorecido. Con frecue...

Como todas las decisiones que se toman en la vida, elegir un libro para leer supone dejar de lado muchos otros, en pos de dedicarse a aquel que por diversas razones ha salido favorecido. Con frecuencia, las elecciones tienen que ver con el deseo de abordar determinado autor, temática, estilo o género. Otras se hacen por recomendaciones de amigos, por reseñas literarias, listas de best sellers o simplemente por una tapa atractiva, un título convocante o una contratapa sugestiva. En esa inevitable selección, porque lamentablemente no se puede leer todo, se traza, consciente o inconscientemente, un camino de lectura a veces recto, otras sinuoso y, en no pocos casos, caótico.

A medida que uno va dibujando ese mapa literario, ante el abandono de lo que no se puede abarcar, surge la inquietud sobre si la ruta es la correcta. El desconocimiento de senderos inexplorados o el temor al anquilosamiento o a estar dando vueltas en círculo leyendo siempre lo mismo muchas veces detona las ganas de cambiar de rumbo y explorar paisajes desconocidos y escenarios alternativos. En estos casos, una de las tantas variantes para generar un viraje es recurrir a los talleres de lectura. Son encuentros en los que existe un coordinador que delinea un recorrido por libros que puede centrarse en un escritor, en una época, en el diálogo de textos que tienen un hilo conductor o que simplemente ha escogido basándose en sus gustos personales.

Es por todos conocido que saber mucho no quiere decir que se tenga el talento para compartirlo

Elegir un taller de lectura nos pone ante la misma disyuntiva que la selección de un libro, por ser enorme la oferta de estas tertulias literarias. Es habitual que la decisión esté determinada por quién está a cargo de la coordinación, que, por supuesto, es determinante, valga la redundancia, del éxito o fracaso de la experiencia. Es recomendable no encandilarse con aquellos cuyos nombres resuenan en los medios y en las redes con propuestas ampulosas que prometen recorrer desde la Biblia hasta las últimas publicaciones del mes en curso. Las posibilidades de que se vayan por las ramas en medio de tan ambicioso derrotero son infinitas, sobre todo cuando la convocatoria es virtual y tienen más de sesenta asistentes que interrumpen sin cesar o se olvidan de silenciar el micrófono o de apagar la cámara, y entonces se los escucha peleándose con sus cónyuges o se los ve lavando la lechuga mientras hacen comentarios que son menos sustanciosos que la ensalada que se disponen a preparar.

Los pergaminos académicos de los coordinadores hacen presuponer que la elección es la acertada. Pero es por todos conocido que saber mucho no quiere decir que se tenga el talento para compartirlo. A veces su erudición sobre las grandes obras de la literatura universal que analizan es tan apabullante como su imposibilidad de trasmitirla. Incurren en clases magistrales en las que hablan más para escucharse a sí mismos que a los asistentes, quienes no tienen la más mínima posibilidad de intercambio ni aporte. Se obtura así ese ida y vuelta enriquecedor que posibilita el escuchar lo que el otro tiene para opinar sobre el texto en cuestión o sobre la disertación que se expone.

No siempre pero casi, los mejores talleres de lectura son aquellos organizados por coordinadores menos ambiciosos en sus propuestas, pero mucho más acertados en sus logros. Arman grupos reducidos en los que todos los integrantes tienen la posibilidad de exponer su parecer sobre el texto que se está analizando. Los encuentros son cara a cara, alrededor de una mesa donde todos pueden verse y escucharse. El coordinador no pontifica, sino que explica por qué ha elegido determinado libro para analizar: qué tiene de singular, de distinto, de atractivo o solo de placentero para que merezca ser leído. Propone perspectivas de lectura o interpretaciones que plantean interrogantes y dan espacio a la disidencia, al debate, a un intercambio de opiniones fructífero por más que no se esté de acuerdo con ellas. Los asistentes se convierten en compañeros que eventualmente pueden llegar a ser amigos. Y así el enriquecimiento se da por partida doble: además de descubrir nuevos caminos literarios, se los recorre con la grata compañía de aquellos que están dispuestos a emprender el mismo viaje.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/talleres-de-lectura-algunos-consejos-para-evitar-fiascos-nid02082025/

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