NUEVA YORK.– El deporte favorito de esta cronista no es el tenis, a pesar de las miles de horas infructuosas que pasa en la cancha, o mirando partidos, o mirando partidos por televisión. Es otro: ir a un bar o restaurante —idealmente un café— y mirar gente. Lo que en inglés se llama people watching: sentarse a observar con relativo disimulo a los demás, imaginar vidas ajenas y sacar conclusiones apresuradas, fascinantes y probablemente erróneas.
Hay people watchers de varios tipos, no excluyentes entre sí. Está el que se enfoca en la ropa, el que intenta descifrar vínculos, el que busca ideas para un artículo o una novela, o el que simplemente no puede evitarlo. Y aunque hay ciudades mejores que otras para practicarlo, ninguna se compara con Nueva York, parque de diversiones por excelencia del observador urbano.
Está el que se enfoca en la ropa, el que intenta descifrar vínculos, el que busca ideas para un artículo o una novela, o el que simplemente no puede evitarlo
Ahora bien, si lo que uno quiere mirar específicamente es gente “linda”, se entra en una categoría tan concurrida que ya hasta hay un mapa para eso. Se llama LooksMapping, y es una herramienta online que, en vez de calificar la comida de los restaurantes, califica a sus comensales. ¿El criterio? El hotness, es decir, cuán atractivas son las personas que frecuentan cada lugar.
La idea es tan absurda como fascinante: su creador, Riley Walz, de 22 años, diseñó un algoritmo que analiza las fotos de perfil de los usuarios que dejan reseñas en Google Maps. A cada uno le asigna un puntaje promedio de 1 a 10, basado exclusivamente en cuán “hot” considera la inteligencia artificial que son esas personas. Los locales marcados en rojo pasión en su mapa tienen a los clientes más atractivos; los que están en azul frío, a los menos.
El proyecto está bañado en un espíritu satírico, aunque no todos lo entendieron así. “Es un modelo janky”, admitió su propio autor en entrevistas, usando una expresión techie que significa desprolijo y lleno de sesgos. Y sí, el sistema favorece ciertas fotos (de buena calidad, con vestidos de novia o fondos neutros) y penaliza otras (con poca luz, con personas mayores o en grupo).
Entre los restaurantes que se ubicaron en el olimpo del atractivo humano está Ubani (Midtown), con un puntaje casi perfecto. En cambio, Michael’s (clásico de ejecutivos en Midtown), Malone’s Irish Bar o Hop Won Express reciben un mísero 1. Katz’s Delicatessen se luce con un 8,1, pero otros íconos sorprenden con su bajo ranking: Balthazar, 5.4; The Odeon, apenas 3.1.
Las reacciones no tardaron en llegar. Algunos lo tomaron como lo que es: una sátira del culto a la apariencia y una parodia de los rankings sin sentido. Otros lo vieron como una muestra más de cómo los algoritmos replican (y amplifican) sesgos raciales, etarios y de clase. Por total casualidad, el restaurante que quedó primero en el ranking —Ubani Midtown— es uno al que esta cronista va seguido, porque está a la vuelta de su club de tenis. Anna, la extraordinaria profesora allí, nació en la República de Georgia y entre correcciones al saque y volea introdujo a todos allí a los placeres del khachapuri: una masa gloriosa con borde inflado, centro de queso fundido y huevo que se revuelve con manteca hasta lograr una consistencia indescriptible. Se acompaña con vino naranja, joya de la enología caucásica, fermentado en ánforas de barro y producido en el lugar donde se hizo el primer vino del mundo, hace más de ocho mil años. Todo eso sí que es hot.
Pero la belleza de la comida no siempre coincide con la de los comensales. De hecho, si uno buscara “gente linda”, probablemente iría a la sucursal de Ubani en el SoHo, con su clientela más acorde a los códigos fashion del barrio. Curiosamente, esa ni siquiera aparece en el mapa, lo cual no hace más que sumar argumentos al bando de los escépticos. Aun así, algo queda resonando. Tal vez porque todo el mundo, se admita o no, hace algo de LooksMappings mental. Aunque el algoritmo sea tonto, el deporte de mirar sigue siendo humano, divertido, imperfecto… y, en una ciudad cada vez más inaccesible, gratis.