Escuchar el dolor: el desafío de acompañar la salud mental adolescente
.Recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe sobre la salud mental de los adolescentes que encendió una alarma global. Según el organismo, uno de cada sie...
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Recientemente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó un informe sobre la salud mental de los adolescentes que encendió una alarma global. Según el organismo, uno de cada siete jóvenes de entre 10 y 19 años padece un trastorno mental.
La depresión, la ansiedad y los trastornos del comportamiento se encuentran entre las principales causas de discapacidad en este grupo, y el suicidio es ya una de las principales causas de muerte entre adolescentes y jóvenes. En nuestro país, la situación es aún más preocupante: entre los chicos de 10 a 19 años, el suicidio es la segunda causa de muerte; la primera entre las mujeres y la segunda entre los varones.
Las consecuencias de no abordar los problemas de salud mental en la adolescencia se extienden a la adultez, limitando la posibilidad de una vida plena. De hecho, la OMS advierte que alrededor del 20% de niños y adolescentes en el mundo padecen algún trastorno o problema mental, y que aproximadamente la mitad de ellos comienzan antes de los 14 años.
Frente a este panorama, los adultos tenemos el desafío de preguntarnos cómo estar disponibles para acompañar, guiar y ayudar a los adolescentes a generar recursos de afrontamiento y habilidades socioemocionales que mejoren su calidad de vida.
En primer lugar, es necesario trabajar sobre la aceptación y la negación. Es muy probable que los adultos no quieran reconocer que el adolescente cercano pueda padecer algún trastorno mental o atravesar un malestar emocional. Generalmente se pierde de vista que este padecer surge de la falta y no de lo que hay. Aparecen cuestionamientos del tipo: “si te damos todo lo que podemos, ¿por qué estás así?”.
La persona que sufre está mal por lo que no tiene, no por lo que sí tiene. Y esa falta, además, muchas veces es inespecífica. Se hacen preguntas para las que no se tienen respuestas, y al cuadro se suma la culpa por no poder sentirse como se espera o debería según su grupo de referencia.
No debemos olvidar que los adolescentes aún no terminan de desarrollar su corteza prefrontal, la sede de la personalidad y la zona del cerebro que nos permite planificar, tomar decisiones, resolver problemas, controlar impulsos y regular emociones. Esto explica que muchas veces no tengan respuestas claras ni capacidad de abstracción para pensar sobre su situación y su futuro.
Es importante, entonces, acostumbrarse a presentar preguntas abiertas en la conversación, del tipo “¿qué fue lo que más te gustó hoy? ¿qué disfrutaste de eso?”, y no cerradas como “¿cómo te fue hoy?”, que invitan a respuestas también cerradas como “bien/mal” o “sí/no”. Darse el tiempo para conocer el mundo interno de los adolescentes y la cosmovisión que van formando es clave, ya que la interacción con su contexto fortalece sus recursos de afrontamiento.
Una estrategia válida es que los adultos descarguen las mismas aplicaciones que ellos utilizan, no para espiarlos -ya que necesitan desarrollar la noción de intimidad y mundo privado, además de que suelen tener cuentas paralelas que desconocemos-, sino para conocer el tipo de lenguaje y contenido que consumen. De ese modo, se abre la posibilidad de conversar e invitar a un debate sano y abierto: “vi un video en el que un grupo de chicos hacía tal cosa, me llamó la atención porque… me gustaría saber qué pensás vos al respecto y qué te hace sentir”. O bien: “leí que a un grupo de chicos les pasó tal cosa… ¿conocés a alguien que haya pasado por lo mismo o esté pasando por algo parecido?”.
El punto es animarse a conversar de manera clara y precisa. Es necesario nombrar las cosas por su nombre, quitar solemnidad y cargarlas de amor. Si hay que hablar de suicidio, usemos la palabra suicidio. Si se trata de autolesiones, hablemos con las palabras justas: ellos las usan.
También se puede dejar explícita la intención de acompañar con frases como: “yo sé que vos me decís que no te pasa nada, pero realmente noto algunos cambios y quisiera saber si puedo ayudarte con algo”. Así expresamos que no nos es indiferente lo que sucede.
No se trata de tener todas las respuestas, sino de poder generar un espacio en el cual alojar la incertidumbre. Permanecer, sostener y acompañar sin juzgar, en una actitud de aceptación plena, nos permite elegir cómo actuar y buscar acompañamiento profesional.
Es un dicho conocido que “para tener relaciones sanas hay que tener conversaciones incómodas”. Pero personalmente prefiero darle vuelta y decir que “para evitar relaciones incómodas hay que tener conversaciones sanas”. Desde allí parte mi invitación a tender puentes de palabras entre adultos y adolescentes.
Docente de la Licenciatura en Psicología de UADE